Un olvido no es casual.

sábado, 10 de diciembre de 2011

Carrefour

El cielo, la luz filtrándose por las ventanas… había algo de bello en eso, algo de horrendo. Otro día más.
Metí como pude las cosas en la maleta y salí a toda prisa para no perder el vuelo. Que ridículo, había leído mal el boleto, ya lo había perdido.

Compré un pasaje, el único que conseguí a un precio accesible para ese mismo día, y estuve sentado en unas bancas por dos horas, lamentando no tener una computadora, o por lo menos un libro, cualquier libro. Viendo la gente llegar, irse, llegar, irse, correr, caminar, comer.

Cansado, me paré y fui al patio de comidas a ver si podía conseguir algo. Compré una ensalada, y me senté cerca a las ventanas donde las mesas estaban vacías. Perdí mi vista en los aviones allá afuera, despegando, llegando. Tenía hambre, pero me daba tanta pereza llevarme a la boca la comida que me estaba tomando una eternidad terminar el plato

Entonces la vi a ella, sola como yo. Pero no me apresuré, esperé unos minutos: Efectivamente, sola como yo. Fingiendo comer lo que tenía en su plato, como yo, atravesando con el tenedor, cortando, pero sin llevarse nada a la boca. Con un vestido blanco que hacía resaltar su cabello negro.

Tuve una idea. -No, no. Ni se te ocurra- Me dije. Y de pronto me reí, como un psicópata. Qué pensaría la gente, al menos ella estaba inmutable, concentrada en su libro, sabe dios cuál, adivinaré… ojos grandes, labios finos, quizás tan o más alta que yo, Sí, debe ser algo de Dostoyevski, ¿Acaso “Crimen y Castigo?”, ¿O será “Los hermanos Karamazov”?, ¿Podría ser? No… lo dudo, no parece freudiana, será “El extranjero” De Camus, ¿O algo de Sartre? Rayos…

De pronto, estaba ansioso, tenía esa idea loca, esa payasada que abunda en las películas: acercarme, desde luego. Sentarme a su lado, comer juntos. Como sea, yo me dije: quizás parezcas un acosador, así no funciona la realidad. Pero por otra parte pensaba y repensaba, y me daba cuenta que lo peor que podría suceder es que me rechazara. Vamos hombre, atrévete, ¡Atrévete!

Entonces tomo mi bandeja, me pongo de pié, y voy al stand del restaurante que me vendió la ensalada para pedir unas servilletas. Vaya ¡Soy todo un ganador! Vuelvo a sentarme, ella sigue jugando con su comida, no ha hojeado su libro en más de 5 minutos, probablemente ni siquiera le gusta la literatura. Otra vez el escalofrió, un avión parte justo ese momento afuera.

Vuelvo a mirarla, se da cuenta de ello, y voltea su mirada hacia la ventana. Así de perfil es hermosa. Rasgos finos, un cuello largo, está usando unos aretes demasiado grandes, debe dolerle, a mí me dolería. Pero se ve tan bien… -Hazlo, hazlo- Me doy ánimos, y vuelvo a pararme. Tomo la bandeja, y camino hacía su mesa. Estoy nervioso, mi corazón no deje de hacer tic tac, tic tac, tic tac. Estoy a su lado, le tapo el sol, así que despega sus ojos de la mesa y me mira. –Hola.- Digo, y se queda mirándome sin mencionar una sola palabra. Siento que debo decir algo más, el silencio ya se está tornando incómodo. –Vi que estabas sola, y pensé… que tal vez podíamos comer juntos.- Me sonríe. ¡Dios! Es tan hermosa. –No estoy sola.- Contesta al fin. Miro alrededor buscando su compañía, vuelvo a verla: sigue sonriendo, y comprendo que eso significa un no. Quiero explicarme, pero como no se me ocurre nada digo: -Gracias.- ¿Gracias? ¡Qué estúpido!, da igual, volteo para irme, miro de reojo su libro es “Harry Potter y la Orden del Fénix” de J.K. Rawling, vaya mal gusto. Regreso a mi mesa, estoy rojo como un tomate. No me atrevo a mirarla un buen rato e intento comer esa maldita ensalada, y miro con envidia a un gordo que devora una pizza allá por donde las mesas están repletas de personas. Termino y me levanto, solo quiero irme de ahí.

Divagué por las tiendas y el duty free hasta que fue hora de embarcarme. Pasé por los molestos protocolos de seguridad, pero al fin estaba en el avión, en mi asiento “27L”, Sí, a la ventana. Y mientras acomodo mi maletín en los compartimientos de carga, adivinen a quién veo: a ella. Y me mira, mira su boleto, y vuelve a mirarme. No le prestó mayor atención, estoy resentido. Guardo mis cosas y me siento. Unos segundos más tarde ella se sienta a mi lado y aunque me pongo nervioso, pretendo no darme cuenta, y sigo mirando por la ventanilla como los operarios lanzan como brutos las maletas para meterlas en el avión. Se me cruza por la cabeza cambiarme de sitio, no soporto la vergüenza. Pero la azafata ya ha cerrado las escotillas de carga y veo que debo resignarme. Tomo la revista de la aerolínea para distraerme, pero me cuesta leer con ella al lado.

-¿Me la prestas?- Me pregunta ella cuando ya estamos en vuelo. Puedo darle la revista de buena gana y hacerme el loco, o puedo molestarla, ¿Pero con qué objeto? Ya estoy condenado a una hora a su lado, lo mejor sería olvidarme de todo. Pero, idiota como soy, opto por lo último y sin desprender la revista de mis manos le digo: -¿No estabas acompañada?- Ella me contesta sin inmutarse: -Era mentira. ¿Me prestas la revista por favor?- Se la doy, recuesto la cabeza en mi mano para contemplar las montañas allá abajo. Me ha vencido.

Hace 3 años que estoy solo. Ya estaba solo antes, pero hace 3 años me quedé completamente solo. Es terrible alejarte de todos los que aprecias por tu novia, e incluso peor que ella muera, así de pronto, en un accidente. La cargué en mis brazos, y corrí sin la menor idea de adonde, creyendo que encontraría un hospital. Incapaz de asimilarlo, creyendo que ese instante era parte de un mal sueño, del que despertaría en cualquier momento. Ella me rogó que la bajara, y cuando la recosté me dio un beso, un beso… lo último que hizo antes de que sus ojos perdieran todo brillo.

-Lo siento.- Me dijo la chica sentada a mi lado. Quería mandarla al diablo, pero solo le dije: -Descuida.- y volví a mirar las ventanas. Cada vez que recordaba a mi novia terminaba deprimido.

-Toma.- Dijo mientras me extendía de regreso la revista. La recibí, y continué mirando las fotografías. –Me llamo Flora.- Dijo. –Un gusto, yo soy Fauna.- Le contesté y se sonrió a pesar de que mi intención era molestarla. –Anda, dime tu verdadero nombre.- Insistió. Yo soy… nadie. En qué estaba pensado cuando quise sentarme a su lado. -¿Te encuentras bien?- Me preguntó. –Sí. Gracias. Soy Antonio.-

Era una invitación, ahora podíamos conversar, ya no éramos extraños. Contarnos nuestra vida, quién sabe, quizás forjar una bonita amistad. O al menos pasar el momento. Pero no dije nada, y ella tampoco lo hizo. Llegamos a tierra, tomé mis cosas, y me fui. No la volví a ver nunca.

Al día siguiente hice aquello para lo que había venido y regresé esa misma tarde al aeropuerto para volver a la ciudad.

Desperté en mi casa. El cielo, la luz filtrándose por las ventanas… hay algo de bello en eso, algo de horrendo. Es otro día más.

 

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